Tiempo y Eternidad

Una reflexión filosófica, científica y teológica

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La cuestión del tiempo es una cuestión particularmente difícil. De hecho, cuando uno intenta enfrentarse a ella, lo que suele observar en primer lugar, es que no existe un itinerario claro a seguir por el que resulte accesible afrontar su problemática. O dicho de otra manera —quizás más acertada— lo que uno encuentra ante sí cuando afronta el interrogante del tiempo, es una multitud de caminos que se abren ante su posible planteamiento y desarrollo.

Del tiempo puede hablarse desde diversos ámbitos: tiempo y experiencia, tiempo y arte, tiempo y ser, etc. El tiempo es una categoría. Concretamente, una variedad de la categoría de cantidad que finalmente se analiza de manera más sistemática en la física, que es la ciencia de la categoría de la cualidad.

La cuestión sobre el interrogante del tiempo ha estado siempre presente en la filosofía. En el saber «popular» todos tenemos ideas aprendidas y que son innegables acerca del tiempo. Así, oímos, por ejemplo, «el tiempo todo lo cura»; se nos muestra que el tiempo «va pasando» inexorablemente —tempus fugit— que nos «arrastra» consigo, que lo va «devorando» todo, etc. Enunciados todos ellos de gran calado y transcendencia, expresados normalmente en manifestaciones cargadas de gran solemnidad.

Al fondo lo que subyace es la idea de que el tiempo es una realidad inconmensurable. De ahí que al realizar un análisis filosófico sobre la noción de tiempo lo primero que observamos es que no es tarea fácil determinar qué es el tiempo. Su concepción más general lo considera como un «fluir» dinámico, un transcurrir ordenado, conexo y continuo. En cambio, la visión científica del tiempo que nos aporta la teoría de la relatividad, nos habla por un lado, de un comienzo del tiempo, marcado por el origen del universo; y, por otro, de una concepción distinta de la existencia: existir es establecerse en una región espacio-temporal fija cuatridimensional. Filosofía y física, pues, entrecruzan sus caminos, reconociendo el ámbito filosófico en el científico otra posible vía para abordar la problemática del tiempo.

El tiempo permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un futuro y un tercer conjunto de eventos ni pasados ni futuros respecto a otro. En la mecánica clásica a este tercer tipo de sucesos se le llama «presente» y está conformado por eventos simultáneos a uno dado. En la mecánica relativista la noción de tiempo es más compleja. Los sucesos simultáneos —«presente»— son relativos al observador, a menos que ocurran en el mismo punto del espacio; por ejemplo, un choque entre dos partículas.

Así, en la mecánica relativista, el conjunto de eventos ni pasados ni futuros no es tridimensional, sino una región cuatridimensional del espaciotiempo. Además, no existe ya una noción de simultaneidad independiente del observador como ocurre en la mecánica clásica. Es decir, dados dos observadores diferentes en movimiento relativo entre sí, en general diferirán sobre qué eventos sucedieron al mismo tiempo.

En mecánica relativista la medida del transcurso del tiempo depende del sistema de referencia donde esté situado el observador y de su estado de movimiento. Por tanto, la duración de un proceso depende del sistema de referencia donde se encuentre el observador.

Dos puntualizaciones más. La dirección del tiempo está relacionada con el aumento de entropía. Esta conexión parece deberse a las particulares condiciones que tuvieron lugar durante el Big Bang. Por otro lado, han aparecido en la física contemporánea otras concepciones del tiempo formuladas por la problemática que suscita la medición de procesos físicos a «pequeña escala» ha llevado a formular a algunos autores la hipótesis de que pueden existir «irregularidades» en la estructura del tiempo, el cual podría aparecer como continuo y «fluyente» a escala macrofísica, pero discontinuo, «granulado» y, además, «irregular» (en periodos de distintas proporciones) en la escala microfísica.

Ahora bien, la Biblia, revelación del Dios trascendente, se inicia y se concluye con referencias temporales: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra»1 ; «Sí, vengo pronto»2 . Por eso, las Escrituras pueden dar respuesta a los profundos interrogantes que se plantea la conciencia humana — determinada por el devenir— sobre la cuestión del tiempo, ya que ellas mismas poseen una configuración histórica.

El Génesis comienza narrando el acto creador de Dios. El acto creador impone el comienzo absoluto de nuestro tiempo; Dios preexistía a este tiempo. Por esta razón, el texto bíblico se inaugura diciendo «En el principio», haciendo uso precisamente del singular, puesto que solo hubo un principio, «el principio», momento en el que el universo físico comenzó a existir, pues antes de ese ‘instante’ no había universo. Antes de este «principio» —antes de la creación del universo—, no había física, no había «antes». O sea, el universo físico no tuvo pasado eterno, pero sí tuvo un principio. De manera que uno es el Dios que ha creado y ordenado todas las cosas, quien de la nada dio el ser al universo. El mundo ha sido creado y tuvo un «principio» en un tiempo determinado, «¡El Omnipotente “creó en el principio” todo de la nada»3 .

Estas mismas verdades que contienen un marcado contenido teológico, pueden ser conciliadas —armonizadas— con los últimos descubrimientos científicos que se han realizado en el campo de la cosmología. Así, «la mejor evidencia cosmológica hasta el momento de que el cosmos es finito más bien que infinito en edad»4 . Por tanto, la idea dominante de la cosmología es que el universo tuvo, efectivamente, un comienzo.

Para Dios no hay sucesión de tiempo, ni medición de duración. Para Dios únicamente existe un «eterno presente». Dios es eterno porque no cambia, porque es inmutable. Dios simplemente «es». De ahí que al revelarnos su nombre «Yo soy», inmediatamente añade que «Yo soy» es su nombre «para siempre»5 . Por tanto, la cuestión del tiempo y su relación con la eternidad ha supuesto un gran interrogante en el pensamiento y en el corazón del ser humano en el transcurso de la historia. Desde una visión teológica, se 1 Gen 1, 1 2 Ap 22, 20 3 San Ambrosio 4 Oparin Alexander. El origen de la vida. Editorial Océano 5 Éx 3, 14-15 concibe el tiempo como el medio mediante el cual Dios va a realizar la historia de la salvación.

¿Qué es entonces Tiempo y Eternidad? Pues una invitación implícita a valorar nuestro propio tiempo, a vivir el hoy. A experimentar en Cristo la «Pascua del tiempo», que es su misma Pascua, ‘pasando’ de una visión del tiempo finito y caduco —prisionero de la muerte—, a la de un tiempo de vida futura, de salvación escatológica, de eternidad. No se trata, pues, de tener una visión pesimista o trágica del tiempo, todo lo contrario. El tiempo es obra de Dios. Además, Dios es eterno y muestra su total superioridad sobre el tiempo. Es por ello por lo que se nos invita a tener una visión positiva del tiempo, pues es el medio mediante el cual Dios va a realizar la historia de la salvación, el valioso instrumento empleado por Él al servicio de la salvación plena e integral del ser humano.

Gracias a Jesús, podemos asumir con garantías este enfoque positivo del tiempo, pues Él le ha dado al tiempo un sentido escatológico, colmándolo e introduciéndolo en la eternidad. Solo Cristo es Señor del tiempo, puesto que lo lleva a su plenitud y lo domina totalmente.

Más allá de la concepción filosófica y científica del tiempo, es esta visión bíblica la que nos llena de esperanza y consuelo cristiano. Existe un fin, una meta, un futuro cierto tras el término de nuestra existencia temporal. Esta meta es el cielo —nuestra verdadera patria—, inaugurado tras la santa Resurrección y gloriosa Ascensión de Cristo nuestro Señor. De esta manera, a través de estos prodigiosos hechos, nos muestra su amor infinito: Él se ha hecho temporal para que nosotros seamos eternos. Así pues, el discurrir del tiempo nos va acercando a la eternidad, de modo que llegará un momento en el que se consumará lo que Cristo nos ha prometido: el momento admirable en el que podremos unir plenamente nuestro presente temporal al presente eterno.

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