Batalla cercana al frente de tierra

Cuenta el Presbítero don Lucas Caro en su manuscrito que titula “HISTORIA DE CEUTA” sobre el Marqué de Gironella, que en el tiempo de gobierno de este caballero, se ganó el terreno donde está hoy colocado el revellín de San Ignacio

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Don José Argulló y Pinoz, Marqués de Gironella, llegó a Ceuta en 1702, donde reemplazó al interino don Antonio de Zúñiga. Permaneció en la ciudad hasta el 4 de octubre de 1704, que se produjo su fallecimiento. Está sepultado en la Cripta de la Iglesia de la Santa Cruz, la que conocemos actualmente como de San Francisco.

Cuenta el Presbítero don Lucas Caro en su manuscrito que titula “HISTORIA DE CEUTA” sobre el Marqué de Gironella, que en el tiempo de gobierno de este caballero, se ganó el terreno donde está hoy colocado el revellín de San Ignacio. Hizo delante de Santa Ana una pequeña estacada que se llamó el “Diente Nuevo” que es el sitio que hoy en día corresponde a la gola (entrada desde la plaza al baluarte o la línea que une los extremos de sus flancos) de la Contraguardia de San Javier. Se ganaron los ataques que cubrían la Surtida de Machuca, cuyo cóncavo en la pizarra era suficiente para poder ocultar veinticinco hombres con varios traveses (través es un muro o parapeto de tierra o sacos que se forma para estorbar la acción del enemigo) en su centro, comunicados por cuatro bocas que correspondían a cuatro principales ataques; fue porfiada la defensa que sobre ella hicieron los enemigos, más no pudieron resistir el fuego de nuestras minas y fogatas que desbarataron todas sus avenidas ni al heroico tesón de nuestra guarnición, se vieron precisados a abandonarla.

Trabajando nuestros minadores en quitar el guarda-infante que cubría la comunicación del Ataque Real del enemigo (Correa da Franca, dice que llamaban Ataque Real, al más dominante de los del enemigo, que tenía un guardainfante o muro que cubría al tirador del fuego contrario, y una buena maraña de cortaduras, que son unos parapetos que se fabrican para defender la brecha en los baluartes). Fue por ellos descubierta la mina y habiéndose trabado una reñida disputa, duró su contienda desde la dos de la tarde, hasta las nueve de la noche, habiendo hecho los moros distintas cortaduras en dicha mina y por ella arrojaron sus bombas a nuestros minadores que estaban dentro trabajando para allí abrazarlos, pero no pudieron conseguir el fin que pretendían y los nuestros si que consiguieron el que deseaban.

Informado el Marqués, por un moro que el día 5 de abril de 1703 desertó del campo enemigo a la Plaza, de la forma de sus ataques, de la posición de sus baterías del número de tropas que las guardaban; e informado muy bien de todo, fue meditando cómo hacer una gloriosa salida con que pudiese lograr la mayor ventaja, la que a un mismo tiempo fuese triunfo de las armas católicas, gloria del nombre cristiano y escarmiento de los bávaros. No dudaba el Marqués de los deseos que tenían de una función semejante los Oficiales y Soldados de la guarnición, pero como todo, para explorar los ánimos hizo formar un Consejo de guerra con los principales Jefes de ella proponiendo en él la salida, en la cual ponderaba la ventaja y el grande alivio que de ella se le podía seguir a la Plaza. Oyeron todos la propuesta y después de haber vencido algunas dificultades que se ofrecieron, por último, quedó resuelta la salida por el Consejo y determinada para el día 17 de mayo, aunque en este día no se ejecutó, porque se advirtió que con alguna novedad amanecieron los moros sobre los ataques. Sin embargo de esto se dejó la empresa para el día siguiente y para ella se dispusieron mil quinientos hombres de infantería y ciento sesenta de caballería dejando la Plaza asegurada con el resto de la guarnición.

Ordenóse la salida de esta manera: Que el Maestre de Campo D. Pedro Macia de la Cerda con trescientos infantes y ochenta caballos acometiera por la derecha de los enemigos y que le siguiera su Sargento Mayor D. Fernando con otros doscientos infantes. Por la izquierda que atacara el Maestre de Campo D, Jerónimo de la Puente y Herrera con ochocientos hombres de infantería y por el centro y frente lo ejecutara el Sargento Mayor D. Ignacio Picalques con otros doscientos hombres de infantería y ochenta caballos. También se ordenó que la operación quedara abrigada por la parte de la Marina y para ello que fuese costeando con algunos barcos el Capitán Reformado D. Manuel de Guevara Vasconcelos.

Cuando de esta manera estuvo ordenada la salida, se puso en ejecución el día 18 de mayo de 1703 acometiendo los granaderos con grande arrojo y haciendo lo mismo todos los demás soldados, cada uno con su parte. Apenas se pudo distinguir quien fu el primero en principiar la batalla allí todos los españoles, con honrada emulación, demostraron su valor al cual no pudieron resistir los moros con ser en gran número superiores. Por último, se hubieron de salvar los enemigos acogiéndose a una precipitada fuga, cediéndole a los españoles el terreno y trincheras, a pesar de su bárbaro furor, pues por mucho que se esforzaron los principales moros en hacer volver a los suyos a la batalla valiéndose de amenazas y golpes, no consiguieron ni aún que volvieran la cabeza y de este modo confusamente derrotados se refugiaron en su cuartel general habiendo conseguido en este día más pérdidas que la muerte de un Soldado de caballería y diecisiete heridos.

Todavía hubiera sido más gloriosa la acción aquel día si no hubiera sobrevenido el accidente de que demasiada lluvia embarazaba los caminos e impedía que se manejara mejor las armas de fuego. De los moros quedaron muertos en el campo hasta el número de trescientos, sin haber podido saber con certidumbre el número de heridos, pero hicieron más gloriosa esta victoria varias banderas estandartes, alfanjes y otros muchos despojos que perdieron.

En el Ataque Real tenían poca artillería, pues solamente se halló una pieza que se clavó juntamente con dos morteros en el sitio llamado el Rivero (Se conocía así el arroyo que más tarde se conoció como “Arroyo de la Ribera”, que desembocaba cercano a la actual Avenida de España y que algunos llaman “Arroyo de Paneque”). A espalda del Reducto Colorado se halló una pieza de menor calibre con la cual maltrataban las embarcaciones del tráfico de la Plaza, la cual retiró a ella el Ayudante D. Manuel de Palma; después se aplicó el fuego a todas las barracas y chozas que tenían formadas los enemigos y arruinadas todas sus obras. Al mismo tiempo, reconociendo el terreno, se hallaron seis minas que estaban trabajando contra nuestras fortificaciones. Estas obras eran gobernadas y trazadas por un minador que había desertado de la misma Plaza, pero en esta función concluyó infelizmente sus ideas perdiendo la vida…

Como podemos observar tras lo que transcribo de la obra de Lucas Caro, la vida en Ceuta era de todo menos tranquila. Desde 1694 que da inicio el cerco de la Ciudad por parte de Muley Ismail, hasta 1727, año de su muerte, lo que acabamos de leer, era una constante, donde unas veces el éxito caía a favor de los españoles que defendían la Ciudad, y otras eran los magrebíes los que salían triunfadores, el resultado final, fue que jamás se pudieron hacer con la Plaza y que actualmente convivimos en paz y concordia. Para que no se enfaden mis amigos musulmanes, próximamente narraré también algún varapalo que nos dieron … y que no fueron pocos.

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