El eterno juego de Marruecos con las aduanas

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Llevamos años viendo cómo Marruecos maneja a su antojo la cuestión de las aduanas comerciales en Ceuta y Melilla. Primero cerraron la de Melilla en 2018 sin dar explicaciones, y desde entonces, la apertura de estos pasos comerciales se ha convertido en una promesa vacía. Ahora, con la excusa de “complicaciones técnicas”, el país vecino sigue bloqueando una solución que afecta directamente a la economía y al empleo en las dos ciudades autónomas. Y mientras tanto, España parece no tener más respuesta que el silencio o las buenas palabras.

Lo que está ocurriendo no es un simple problema técnico, sino un pulso político. Marruecos aprovecha cada oportunidad para poner condiciones y arrancar concesiones en otros frentes, como el Sáhara Occidental. En este contexto, queda claro que las aduanas son una moneda de cambio más en su estrategia, no una prioridad real. Y ante este constante tira y afloja, sorprende que el Gobierno español no haya sido capaz de plantarse con firmeza. Es inadmisible que, tras años de bloqueo, aún no se haya exigido un compromiso claro y vinculante.

La actitud de Marruecos no es nueva, pero el problema se agrava cuando España no responde con contundencia. Pedro Sánchez volvió de su última visita a Rabat sin una fecha concreta ni avances reales, dejando a Ceuta y Melilla en el limbo. Es necesario que el Gobierno entienda que ceder continuamente no fortalece las relaciones diplomáticas, sino que refuerza la percepción de debilidad. Ceuta y Melilla necesitan algo más que promesas y visitas de cortesía; necesitan soluciones que garanticen su estabilidad económica y su soberanía.

No se trata solo de comercio o empleo, aunque estos ya son motivos de sobra para exigir medidas. Las aduanas tienen un valor simbólico muy importante. Abrirlas significaría un reconocimiento tácito de la soberanía española sobre ambas ciudades, algo que Marruecos claramente evita. Pero aquí es donde España debería actuar con decisión y dejar claro que no está dispuesta a negociar su integridad territorial ni a seguir jugando al ritmo que marque Rabat.

Es hora de que el Gobierno español salga de la pasividad y haga valer su posición en la mesa de negociación. Ceuta y Melilla no pueden esperar otros cuatro años mientras Marruecos utiliza su estrategia del “más tarde”. Si realmente queremos reforzar nuestras relaciones con el país vecino, primero debemos exigir respeto y cumplimiento de los acuerdos. Porque, al final, un gobierno débil no solo perjudica a sus ciudadanos, sino que abre la puerta para que otros sigan imponiendo su voluntad.

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