Cuando la política se llena de retórica vacía

Si algo confirmó la sesión ordinaria de control de la acción del Gobierno celebrada ayer es que el discurso a que nos tienen acostumbrados cada vez más nuestros políticos es decepcionante, carente de interés. Visto desde la calle resulta descorazonador. Algunos de nuestros representantes se están aficionando a las frases hueras, sin contenido real, que lubrican verbalmente la irritante ausencia de un discurso sólido. Los que vemos el discurso desde fuera tenemos la impresión de asistir a una competencia del poder por el poder, de ocupar los puestos por ocupar los puestos. Resulta cuanto menos ingenuo, que nos quieran hacer creer en la base objetiva de las descalificaciones que mutuamente se lanzan. En las crónicas de los debates políticos se advierte una ausencia de análisis imparcial de los hechos, de argumentaciones razonadas. Por el contrario abundan en exceso las acusaciones mutuas globales. El lenguaje utilizado parece estar dirigido a no expresar lo que piensan, sino a lo que conviene que los demás pensemos que ellos piensan.

La política se llena de retórica vacía, el marketing es lo más importante, y los ataques al otro suplen la carencia de contenidos. Se dice a veces que la política es así. No, la política no es así. Así se está haciendo la política. La política puede ser de otra manera. La política debe ser el discurso de la razón. Un problema público tiene más de una solución, y de las varias soluciones posibles ninguna es evidente, ninguna encierra todas las ventajas y excluye cualquier inconveniente. Probables y aceptables hay mas de una.

En fin, lo más probable es que lo de nuestros políticos sea hablar por no callar cuando no se sabe bien qué decir. Y si todavía tienen ustedes dudas, les invito a tomar un discurso plenario, tachar todos los adjetivos, y leer solo los sustantivos. Verán que el discurso se queda conceptualmente vacío.

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