Baldomero, el hombre que defiende el oficio del afilador en las calles de Ceuta
A sus 75 años de edad sigue recorriendo las calles de la ciudad junto a la 'Vespino' que impulsa la máquina de afilar y acompañado de su flauta de pan, banda sonora más que original de esta profesión que evoca a otras épocas
Se llama Baldomero Santiago y tiene 75 años, 52 de ellos a sus espaldas como afilador por las calles de Ceuta. Es el único de su gremio que aún defiende este oficio callejero en nuestra ciudad, del que ya casi solo queda la banda sonora original de la flauta de pan que evoca a otras épocas. Una melodía personalizada que puede ser perfectamente el origen de lo que ahora se estudia con la música en el marketing para influir en el consumidor.
Un oficio que va sobre ruedas, en el sentido literal de la palabra, pero no en el económico, ya que a este septuagenario solo le servía para lograr meter ingresos con algo más de margen en su casa con el objetivo de sacar a su familia adelante. Pero no siempre ha sido afilador. Previamente trabajaba en una empresa en el muelle donde hacía muebles metálicos de oficina, donde pasó 20 años trabajando. "El sueldo era tan bajo que tenía que buscar la solución para dar la manutención a mi mujer y a mis hijos cada semana hasta que yo cobraba", recuerda Baldomero.
Comenzó haciéndolo durante los veranos, y antes de subirse a la 'Vespino' que ahora aparca en la acera de avenida Alcalde José Victori Goñalons, lo hacía sobre una bicicleta a la que ataba su mítica máquina de afilar a la rueda trasera. El oficio lo heredó de un primo, quien le dio la idea y le brindó la oportunidad para llevarla a cabo cuando este regresó a Ceuta con su hijo y se encontraba mal económicamente. "Mi primo me enseñó a afilar las tijeras, los cuchillos, a darle a los pedales y demás. Me prestó la bicicleta y la máquina de lunes a viernes porque los fines de semana la utilizaba él.", explica el afilador caballa, que aún agradece a su primo, ya fallecido, el impulso que le dio para prosperar.
Así comenzó a trabajar y a hacerse su cartera de clientes a pie de calle. Con ello, pudo comprarse su propia bicicleta y hacerse su máquina de afilar para poder trabajar todos los días. Ahora lo hace sobre una moto con la que reconoce que trabajar es más práctico, pero también le cansa más. El deporte que hacía sobre la bicicleta ya no lo hace sobre la moto, y eso lo nota. "Gracias al deporte que he hecho me encuentro bastante bien a mi edad", presume el trabajador.
Cada viernes se pone en la avenida Alcalde José Victori Goñalons, junto a una de las puertas del Mercado Central. El resto de la semana lo hace moviéndose por toda la ciudad. Sus clientes lo reconocen de lejos, porque el mítico sonido de la flauta de pan les recuerda que tienen algún cuchillo que afilar y que es el momento. Antiguamente, las hojas de los cuchillos eran más resistentes y la sociedad tenía la costumbre de reparar y, en este caso, afilar. Ahora, a quien no le cuadra cómo corta un cuchillo, lo sustituye por otro. Es lo que ocurre con los oficios más tradicionales y ya en proceso de extinción debido a su desuso y al usar y tirar, como es el caso de los zapateros. "Voy dando vueltas por todas las calles, tocando con el pito, que hoy no lo he traído", apunta el ceutí.
Es el único afilador que queda en Ceuta aunque estos trabajos también se realizan en las ferreterías. Pero Baldomero lo tiene claro: "el día que yo estire la pata, adiós al afilador". Y ese será el momento de su jubilación, ya que mientras se pueda mantener de pie, continuará defendiendo su oficio por las calles de Ceuta. "Tengo una pensión por minusvalía de 400 euros, con ella tengo que pagar mi casa, la luz, el agua, la comunidad, el seguro y con eso no me da, y para yo comer, con 75 años que tengo que coger la moto y buscarme afilar cuatro cuchillos para yo poder comer", manifiesta Baldomero, que sigue apostando por su negocio aunque su sueldo no le dé para mucho.
Y aunque es un fiel defensor del oficio, nunca le gustó la idea de que sus hijos pudieran heredar su profesión. Él quería que ellos estudiaran, y con ese objetivo se levantaba cada día para echar a andar su máquina de afilar. "Yo quería que mis hijos estudiaran y que un día fueran algo, yo no lo fui, porque soy del año 1945 y era otra mentalidad", explica Baldomero, que aunque a día de hoy piensa que no ha sido nadie en la vida, a su edad sigue luchando para mantener vivo este oficio en las calles de nuestra ciudad.