La educación a este lado de la frontera: un futuro mejor

Más de un mes después de su llegada a los centros educativos, los menores continúan mostrando una alta predisposición para aprender, siendo una actitud muy valorada por sus docentes

Foto REDUAN
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La escolarización de los menores extranjeros no acompañados ha dado, y sigue dando, mucho de que hablar a nivel local y nacional, ya que se ha tenido que realizar un acelerado plan de actuación para que pudieran asistir a clase y empezar una etapa educativa centrada, sobre todo, en la inmersión lingüística y en la adquisición de competencias básicas que les garantice la integración social.

Desde que llegaron a los cincos centros educativos seleccionados, se ha estado escuchando que iban a ser evaluados para conocer su nivel. ¿A qué se referían exactamente? “En un mismo grupo hay gente de distinta edad”, señala el coordinador del equipo educativo destinado para los menores del IES Abyla, Pepe Grosso. “Con niveles muy dispares”, le ha completado la explicación el profesor de servicios a la comunidad del IES Luis de Camoens, Abdeselam Hamed.

Las pruebas realizadas para saber los conocimientos previos que tenían los 182 menas escolarizados, según los últimos datos ofrecidos por la Dirección Provincial del MEFP, ha servido para hacer una división por niveles, que van del 0 al 2. “En condiciones normales, te tomas el tiempo necesario y vas repitiendo las veces que haga falta. Pero en este caso, sí es muy urgente saber los distintos niveles, para poder empezar y sacarles todo el jugo que puedas”, señala Grosso.

Sin embargo, esa evaluación y división inicial puede ir variando con el paso de los días. Un chico, de entre 12 a 16 años que son los que están escolarizados en los institutos en horario de tarde, puede ser que en la evaluación lo identificasen como alumno de nivel 1, y resulte que al día siguiente, por cualquier motivo, se den cuenta que hay que subirlo de nivel o incluso bajarlo. “Esos análisis se hacen en un día y ese día puede tener un mal día el chico”, señala el coordinador. “O puede tener un buen día y haya que trastocar otra vez todos los grupo y pasar a uno, o hacer un aula más específica para los que van con un nivel más por debajo del resto para no retrasar a los demás”, apunta Hamed.

Esto del aula específica es, precisamente, lo que ha hecho el ‘Camoens’, quien cuenta con dos aulas, como el resto de los centros – a excepción del ‘Almina’ que cuenta con tres –, pero que tiene una adicional que han creado con la docente de PT (Pedagogía Terapéutica) a la que se derivan aquellos niños que “van arrastrando un poco de dificultades a la hora de la escritura o de la expresión lingüística”, señala Hamed.

En este aspecto, el maestro de servicios a la comunidad quiere resaltar “la labor maravillosa” de esta docente de PT, “porque los niños están encantados y están avanzando, adquiriendo el nivel que tienen los compañeros”.

Muy pocos chavales llegaron a estas aulas con conocimientos generales previos, puesto que abandonaron los estudios hace tiempo. Pero la mayoría “se encontraban escolarizados cuando entraron a Ceuta”, especifica Hamed. Y, pese a que solo reciben cuatro horas diarias de clase, “les están sacando partido”, comenta el docente, “si mañana le diéramos dos horas más, encantados“, completa Grosso, destacando ambos la involucración de estos.

Todos estos menores están mostrando a diario una total predisposición para aprender. Por el momento, los docentes solo se están centrando en la lengua castellana y en algunas nociones de matemáticas, además de la Educación Física. Se trata de una asignatura muy valiosa para estos chavales, ya que a través de las dinámicas que realizan se integran, aprenden y se sumergen en el idioma, “porque las instrucciones las dan en español y al entenderlas, estás adquiriendo el conocimiento”, explica Hamed.

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Pero, si hay algo que está impresionando a estos docentes, más que la motivación y los logros que están alcanzando es el comportamiento. “Yo lo he definido como los alumnos buenos de una clase buena. El comportamiento es excelente“, resalta Grosso, quien aprovecha la visita de compañeros para enseñarles que el silencio y lo bien que se comportan en clase “es lo habitual”.

Y, tal y como confirman estos dos docentes, su comportamiento se debe a que esto es un regalo y “una forma de agradecer la oportunidad que se le está dando”, recalca Hamed. Muchos de estos niños, como ya se ha mencionado anteriormente, estaban matriculados en su país de origen, en Marruecos, pero los propios menores han dicho en varias ocasiones a los docentes “que no sirve”. “Siempre hablan de futuro”, comenta Hamed, siendo este punto en el que más insisten, “porque la situación socioeconómica es verdad que no es de pobreza, pero el futuro, que es donde ellos insisten, es oscuro”, asegura Grosso.

Estos niños “no vienen de entornos extraordinariamente desfavorecidos” como bien apunta el coordinador del ‘Abyla’, “es una cosa que se dice mucho como arma arrojadiza, no contra los niños, sino con la inmigración en general”, opina. Los ingresos de muchas de estas familias se han visto afectados por el cierre de la frontera, porque muchos de ellos son de Castillejos.

“Cualquier joven –hablando de menas de 15 a 17 años– que viese la situación familiar que se vive, se arriesgaría a cualquier cosa. Han arriesgado su propia vida para llegar aquí”, narra Hamed, quien ya cuenta con experiencia en el trabajo con menores, puesto que en Melilla, su ciudad, estuvo durante 8 años en un centro de internamiento con “niños que no tienen nada que ver con estos”, aclara.

Los menores que siguen formando parte de este particular sistema educativo es porque, verdaderamente, “quiere aprovechar el tiempo, se quiere quedar, quiere ir a la escuela, quiere un futuro”, recalca Grosso. Asimismo, quienes no han querido, o podido, continuar, por cualquier motivo ha dejado el sistema. “La situación no está como para salir por la frontera, pero el que se ha tenido que ir, se ha ido”, apunta Hamed.

Los que continúan asistiendo día sí y día también lo hacen con incertidumbre. Una incertidumbre de no saber si suben al bus para ir a clase o para volver a su país. “Es horroroso. Es más fácil vivir sabiendo que el día 15 te van a retornar”, comenta Grosso. Y, con esa incertidumbre, siguen acudiendo. Una hazaña que, como bien apunta el coordinador del ‘Abyla’, “no es para criticarlos, sino para decir que esto es asombroso”.

Estos menores han encontrado en estos docentes, como en el resto de quienes están con ellos cada tarde, una figura en la que apoyarse, en la que confiar y expresar sus miedos. Sentados en un banco en el patio o por los pasillos del centro, estos chavales acuden a ellos en todo momento. “Estoy por allí y me piden hablar. Y hablamos de lo que habla un chiquillo con su hermano mayor o con su padre“, relata Grosso.

Siendo tan jóvenes –hay que recordar que los mayores tienen 16 años– viven “metidos en esta angustia, ya que a esta edad tan temprana están atentos a las nuevas normas, a las noticias. Están muy maduros en ese aspecto”, comenta Hamed.

Mientras estos menores continúan con su inmersión lingüística en estos centros, estos docentes, y el resto de los equipos educativos, estarán ahí para continuar guiándoles en esta andadura de la educación.

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La implicación de estos docentes, como señala Grosso, “es absoluta, extraordinaria y emotiva, incluso”, yendo esta más allá “de las estrictas obligaciones que tiene un docente”. Grosso, como ejemplo a esto, cuenta una anécdota vivida en su centro. Uno de los menores no acudió un día a clase, porque tenían Educación Física y no tenía deportivas. Cuando al día siguiente el chico explicó su ausencia, “todos los que estábamos allí nos ofrecimos a comprarle unas zapatillas. Es tan difícil vivir en una situación en la que hay tanta diferencia entre unos y otros, que si no estás fuerte, esto te destroza”, relata.

Para estos dos docentes está siendo gratificante formar parte de esta experiencia. “Sabía que el trabajo iba a ser bonito, porque yo sé que estos niños responden maravillosamente cuando se les ofrece una oportunidad”, comenta Hamed.

Para estos dos docentes esto no supone un reto ni les produjo miedo cuando se enteraron de qué tenían que hacer. Sin embargo, sí que sienten como una especie de miedo, de vértigo en el sentido de que estos menores “se equivoquen y puedan sentirse defraudados con ellos mismos”, manifiestan ambos.

Ellos están ayudándoles a avanzar, a aprender, para poder incorporarse a la enseñanza reglada, algo que se realizará, por supuesto, con el correspondiente informe para acreditar esa situación. Pero son los propios menores los que tienen que ir tomando sus decisiones y “tienen todo el derecho del mundo a equivocarse”, indica Grosso, y ver si se rinden o continúan en este camino.

Los profesores que atienden a estos menores “están haciendo una labor excelente, maravillosa”, concuerdan Grosso y Hamed. Ellos son los encargados de que estos niños “saquen el mayor partido y que puedan, con esas herramientas, poder integrarse lo más pronto posible a esta sociedad a la que acaban de aterrizar”, cuenta Hamed.

Muchos de estos menores tienen miedo al futuro y, algunos, tienen ya en su cabeza la idea de irse. Pero estos docentes, sobre todo Grosso, les pide que aguanten. “Un chico que tengo habla perfectamente francés, dariya, muy bien el inglés y el español. Es un tío muy listo y un chaval muy bueno. Le digo que aguante aquí, que se forme”, indica Grosso. Estos jóvenes han venido buscando un futuro más claro y lo están aprovechando.

La coordinación con los centros de acogida

Estos centros educativos tienen que trabajar en coordinación con los albergues en los que se encuentran. “Siempre hay una parte que se nos escapa como docentes y es el tema de coordinar con los centros donde están acogidos”, comenta Hamed. Estos centros están gestionando un gran número de menores “y evidentemente no va a salir todo a la perfección”, señala. “Siempre hay algún que otro retraso, los medios y los espacios con los que cuentan los centros no son los más deseados y eso va a repercutir en nuestra labor”, continúa.

Estos menores acuden cada día desde el albergue en el que se alojan hasta los distintos centros educativos en los que están repartidos gracias al servicio de transporte proporcionado por la Ciudad.

Los docentes son conscientes de que estos menores tienen sus necesidades y que de centro para fuera “tampoco es posible controlar todo lo que está pasando”, pero que hay temas como los retrasos o las ausencias, que tendrían que ver cómo coordinar bien. “Con esto quiero decir que no todo es maravilloso, que nos encontramos nuestras cosillas y que tenemos que ir solventando sobre la marcha”, añade.

Pero también hay mucho trabajo detrás de los centros de acogida. Al igual que Hamed señalaba que gestionan un gran número de menores, atendiendo a sus necesidades; Grosso quiere resaltar “el esfuerzo de los coordinadores de centro”, quienes se preocupan porque todo vaya en orden. “Están implicados”, afirma Hamed.

Grosso cuenta una situación que vivió con uno de los menores, cuya coordinadora de su centro de acogida estuvo atenta en todo momento. El coordinador del ‘Abyla’ indica que uno de los menores se encontraba con dolor de cabeza, al parecer por una posible insolación. Esta coordinadora, mediante mensaje a Grosso, le pidió que estuviese pendiente del chico por si, en algún momento se ponía peor, ella, quien se encontraba ya en su casa, fuera de horario laboral, iría a buscarlo.

Gestos como estos muestran el nivel de implicación con estos menores, dejando a un lado, a lo mejor, algunos problemas de coordinación que puede existir como la notificación de atrasos o ausencias.

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