Capataces y costaleros, una unión familiar y de sentimiento
ESPECIAL - SEMANA SANTA
La figura del capataz está estrechamente vinculada a la del costalero, puesto que van guiando a quienes hacen de los pies de los Titulares de las cofradías. El vínculo es tal, que crean una pequeña familia, aunque, en muchos casos, lo son.
Suena la voz de Juan Francisco Bautista, uno de los capataces de la Hermandad Sacramental y Cofradía de Penitencia de Ntro. Padre Jesús de la Flagelación y María Sta. de la Caridad. Primer toque del llamador, un grito de aliento y los 45 costaleros que portan el paso de misterio reaccionan a la voz de su capataz elevando a su Titular para iniciar la estación de penitencia.
Pero esa voz para Alberto Bautista y Pablo Pereña es más que la voz de su capataz, es la voz de su padre. Juanfran es padre biológico de Alberto y a quien Pablo considera un padre. “Juanfran me ha criado también. Yo tengo dos padres delante del paso”, señala Pablo, ya que su padre, Chico Pereña, también es capataz del paso de misterio y, por tanto, compañero de alegrías y penas de Juanfran. La vinculación de ambos va más allá de ser simplemente capataces del Cristo fragelado y de compartir cuadrilla.
En 2018, Juanfran no pudo salir debido a una neumonía que lo mantuvo en cama un tiempo, por lo que Chico tuvo que realizar la salida procesional sin él. “Salió todo muy bien, la cuadrilla respondió perfectamente, pero verme en la calle sin él... me faltaba algo”, rememora Chico. Su hijo, más que hacer le algún gesto de aliento ante esta confesión, decide confirmar esa relación asegurando que “llevaba una carita...”, “peor que la mía. No recibí más vídeos en mi vida”, remata Juanfran la explicación iniciada por Pablo, sonriendo todos ante este recuerdo.
Ambos son capataces del Cristo desde 2002, habiendo sido costaleros previamente y, además, compartiendo trabajadera. Chico forma parte de la hermandad desde 1977 empezando como penitente y siempre echando un mano en lo que podía. Así, de hecho, fueron sus inicios. “Un día estaba en el barrio jugando con un amigacho. Nos enteramos que salía una hermandad de Catedral. Llegamos a la puerta, preguntamos si podíamos echar una mano y desde entonces”, relata Chico.
El caso de Juanfran es similar, ya que también empezó como penitente, pero no sería hasta 1979 cuando se hiciese hermano. Y tan solo un año después, empezaría sus andaduras como costalero, sacando al Cristo durante 20 años. Ahora son sus hijos los que comparten experiencia debajo del paso, tal como harían ellos hace ya bastantes años.
A diferencia de Pablo y Chico, que no han coincido como costaleros, Alberto y su padre sí han compartido la experiencia en la extraordinaria de María Sta. de la Caridad en septiembre de 2019. “Me picó el gusanillo de querer salir de costalero y encima me enteré que [Alberto] iba a salir, porque él es de la cuadrilla del señor, no de la Virgen. Me animé y compartí palo con él en la extraordinaria”, recuerda Juanfran. Sin embargo, Pablo afirma que ya conoció a su padre “siendo capataz del Cristo. Empezó de contraguía. Nunca te he visto con el costal puesto”, apunta, mientras mira a su padre. Pablo está cerca de cumplir los 13 años como costalero, ya que lleva desde 2010 saliendo.
Alberto, por otro lado, cuenta con una menor experiencia, ya que sus inicios fueron en esa extraordinaria que compartió junto a su padre. La crisis sanitaria que nos llegó en 2020 ha impedido que este ceutí continúe con el camino iniciado. “Estaba deseando que entrara, porque es un orgullo mandar a tu hijo debajo del paso”, comenta Juanfran. Pero la pandemia ha impedido que Alberto haga un recorrido completo. “Este año lo harás”, afirma Chico.
Algo que no entienden ni Juanfran ni Pablo es que Alberto haya tardado tanto en dar el paso en hacerse costalero. “Le ha costado, le ha costado”, recalca Pablo. “Yo me acuerdo que de pequeño se ponía un cojín y una sábana y hacía falsas levantás. Le ponía música e iba andando por el pasillo. Sin embargo, curiosamente, le ha costado trabajo entrar de costalero”, cuenta Juanfran. Aunque de costalero lleva tan solo unos años, Alberto ha estado muchos años sacando un cirial delante del paso de misterio.
Ambos jóvenes han crecido viendo a sus padres en la cofradía, disfrutando con los preparativos, realizando cada salida procesional con pasión y devoción, sin que hiciera falta inculcarles nada. “Verlo año tras año, al final te gusta”, confirma Alberto. “Es lo que ellos han ido viendo y este [Pablo] de pequeño siempre ha querido estar al lado del paso”, añade Chico. Pablo ha estado siempre metido ‘en el meollo’. Tanto es así “que había que estar apartándolo en los ensayos. Se enganchaba a los pantalones y estaba deseando meterse desde que era muy chico”, comenta Juanfran. El apego que sentía Pablo hacia el paso de misterio, que es donde se encontraba su padre, hicieron que este ceutí buscase siempre algún puesto que le permitiese estar cerca del Flagelado.
“Nunca me he querido poner una túnica de nazareno ni nada, porque me gustaba ir con los costaleros. Yo iba vestido de aguador con mi botijo, hasta que ya tuve la edad para poder salir en el cuerpo de acólitos con el incensario, porque yo no quería estar alejado ni del paso ni de mi padre ni de los costaleros”, señala Pablo. Y, pese a que pueda parecer un engorro tener a los padres como capataces, para Alberto contar con Juanfran delante del paso “me da tranquilidad, me motiva”, mientras que para Pablo contar con su padre “es un orgullo”.
La salida para un costalero
Cada Miércoles Santo, lo primero que hace Pablo “es abrir la ventana y ver que está soleado”. Este ritual es compartido por todos los cofrades de todas las partes del país. “Yo nunca he vivido eso de llegar asustaete. He venido con toda la tranquilidad del mundo”, indica Pablo, para después confesar que los nervios por saber cómo va a salir “la cosa” sí que le acompañan, confiando, por su puesto, en los capataces.
Para Juanfran, “salir de costalero es una liturgia” , comenta rememorando su etapa debajo del paso. Este ceutí sabe que la figura del capataz es importante, “pero como se vive de costalero no se vive de ninguna otra forma. Hay que vivirlo para saber describirlo, porque solo se puede saber cuando se ha estado debajo. Es una satisfacción por pasarlo mal, entre comillas”, opina Juanfran.
Chico, además, confirma esa sensación descrita por su compañero de batallas, asegurando que “disfrutas sufriendo, haciendo lo que te gusta”. Pero con la responsabilidad de que “eres protagonista también del paso. Sin nosotros no se movería”, apunta Alberto. Y esa idea la tiene muy clara Pablo quien no se ve como capataz, porque lo suyo es estar debajo del paso. “Espero que me dure mucho la espalda”, bromea.
La figura del capataz
“El capataz son los ojos y el sentimiento del costalero”, así describe Juanfran la figura del capataz, una responsabilidad que comparte junto a Chico. El equipo lo terminan de formar los dos contraguías, pero el martillo, el mando, lo realizan ellos dos.
El capataz, además de guiar a los 45 costaleros que hay bajo el paso, en el caso de Flagelación, tiene que saber también animarles cuando hay que hacerlo o si hay que corregirles alguna cosa, “saber decirle para que no se vengan abajo y luego dosificarlo, que no sean chicotás demasiado largas para que el costalero descanse”, enumera Juanfran.
Rituales de Miércoles Santo
Cada Miércoles Santo, Pablo acude religiosamente a casa de sus padres a comer y a prepararse para la salida procesional. El costal, la morcilla, la faja, junto a las zapatillas negras y el pantalón del mismo color y la camiseta blanca se encuentran preparadas desde el día anterior. Del mismo palo, en casa de Juanfran y Alberto. Pero, en este caso, este hombre ha cambiado su costal por su traje, sin dejar de lado su estampita y la medalla. Una costumbre que también comparte Pablo y muchos hermano de esta y de otras cofradías.
La emoción en Flagelación
Para Chico, “el instante antes de pasar por el dintel de la puerta, es todo nervios”, unos ner- vios que se le pa- san en el momento en el que pisa la calle. “No sé que pasa”, asegura. “Y luego la recogida, que siempre es emocionante”, continúa Chico, un sentimiento que comparte Alberto, añadiendo que esos son “los momentos especiales para todos”.
Para este costalero, “una buena chicotá, una buena marcha” también es un momento especial, “porque te motivas sabiendo que la gente está disfrutando”. Juanfran, sin embargo, se queda con la subida de la calle Agustina de Aragón. “Me gusta mucho esa subidita, con los árboles y la gente”, asegura. Pablo, por su parte, es de los que prefieren el disfrute en soledad. “Lo mejor es cuando se recoge y te quedas tú solo debajo del paso, extasiado, que ya ha salido todo el mundo y te quedas debajo reventado, con los deberes hechos y habiendo soltado todos los nervios y toda la adrenalina”, relata.
Cada costalero, cada capataz, cada uno de los miembros de la hermandad encuentran su momento, su sentimiento, en cada una de las salidas procesionales que se realizan. Este año será de nuevo, la Semana Santa de las primeras veces, tras haber estado dos años sin sus Sagrados Titulares en la calle bañados por la nube de incienso que se va creando a su paso durante todo el recorrido.