Salah, el sudanés que intentó cruzar a Ceuta 25 veces
Después de una odisea de travesía, de vivir en la calle en Marruecos, de estar encarcelado en Libia y de haber sido devuelto en caliente en dos ocasiones, finalmente el africano consiguió entrar a la ciudad autónoma, donde vive desde el pasado mes de agosto
Llega con su chubasquero y un paraguas. Ojos cansados. Algo tímido. Saluda sonriente. Se sienta en el café Abaris, en el centro comercial Parques de Ceuta. Hace tiempo que no confía en la gente, pero hace una excepción. Quiere contar su historia. Salah tiene 19 años, es sudanés y lleva viviendo en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) unos cuatro meses. En agosto consiguió entrar a la ciudad autónoma después de una odisea que él mismo describe conforme pasan los minutos y se va soltando. Libia, cárceles. Argelia, miedo y palos de la policía. Marruecos, impotencia y vida en la calle. Su cara es el rostro del drama que sufren miles de subsaharianos cada año que huyen de la miseria y los conflictos armados en busca de una oportunidad lejos de territorios hostiles y carentes de futuro. No quiere comodidades, solo “seguridad” física y profesional. Fueron 25 intentos. Dos devoluciones en caliente al país vecino. Hoy sabe que lo más difícil está hecho.
El semblante de la cara se le cambia al hablar de su infancia. “Éramos una familia con recursos, unos privilegiados allí”, cuenta sobre su vida en la región de Darfur, en guerra entre las tropas gubernamentales y grupos rebeldes desde 2003. Le gustaba estudiar y sacaba buenas notas, según narra. Su familia la completan sus padres, dos hermanos y una hermana que aún viven en Sudán. Recuerda sus días en la escuela por las mañanas y ayudando a su padre por las tardes en el pequeño terreno que les pertenecía cuando era temporada de cosecha. Cuando no había esa suerte su progenitor tenía una “pequeña” tienda de alimentación con la que podían pasar los meses prácticamente sin apuros gracias a las ventas. Algo poco usual en estas tierras africanas. Vivía bien.
Por la cabeza de Salah nunca había pasado abandonar su país y a su familia. Una circunstancia “muy triste” que prefiere no compartir lo llevó a tomar la decisión. Una vida relativamente acomodada y feliz. Con expectativas de ir a la universidad. Escribir una novela, ser un hombre de negocios. “Dejé mi futuro atrás. No tuve la oportunidad de despedirme de mis familiares ni de mis amigos. No tenía dinero ni ahorros. Simplemente me fui. Recuerdo que no podía parar de llorar”, lamenta. El “calvario” solo había comenzado.
Libia
Un camión que trasladaba ganado. Ahí dentro, como un animal, comenzó su trayecto hasta Libia. “Es quizás una de las peores experiencias que he vivido en mi vida”, explica compungido. Llegó una madrugada con apenas 18 años. “Era un niño. Estaba en un lugar hostil. Con gente desconocida, extraña. Hablaban otro dialecto. Me sentí muy confuso”. Libia es un país sumido en el caos desde el asesinato de su líder, Muammar Gadafi, por parte de la OTAN. Desde entonces está dividido en dos gobiernos, repleto de milicias islamistas y la trata de seres humanos y las torturas son el pan de cada día, según han denunciado numerosas organizaciones humanitarias hasta la fecha. Salah no lo sabía.
A las pocas horas fue arrestado por uno de los grupos armados, que lo encarcelaron durante unos dos meses, según cuenta. “Uno de los problemas es que no tenía dinero. Me golpeaban con normalidad y me trataban muy mal”. El joven quedó en libertad y siguió su travesía hacia Trípoli, la capital, donde fue arrestado de nuevo. Otros dos meses en una cárcel de Libia. Desde esta última celda se propuso el desafío de escapar del país. Algo que pesaba a Salah durante todo este tiempo era la falta de comunicación con su familia. “Fueron muchos meses en los que no hablé con ellos. No sabían mi paradero. Se quedaron en ‘shock’ cuando les expliqué dónde estaba. Mi madre y yo estábamos llorando cuando intercambiamos las primeras palabras. Fue una situación muy triste”.
Argelia y Marruecos
La salida de Libia fue uno de los puntos clave para este joven sudanés. Al salir de la prisión ya consiguió juntarse con otros migrantes en su misma situación. Todos con el mismo objetivo: cruzar a Marruecos, pero antes había que pasar por Argelia. De este país lo que mejor recuerda es a las autoridades. “La policía de Argelia yo creo que debe de ser una de las peores del mundo. No lo puedes imaginar”, comenta. El siguiente objetivo era Marruecos.
“Un día hubo un intento de entrada masiva. Éramos un centenar. Fue un golpe de suerte. Solo conseguí cruzar yo”, afirma recordando su entrada en el país magrebí. Este momento de la travesía fue, según explica, de los más duros. Horas y horas caminando en solitario. Escondiéndose cuando se acercaba algún coche por temor a que fuera policía y lo arrestaran. Sin confiar en nadie. Durmiendo en la calle. Finalmente un taxista lo acercó cerca de la frontera, donde había decenas de migrantes que habían hecho el mismo trayecto o similar que este joven. Ahora sí llegaba a la última parte de su travesía. Estaba a un paso de llegar a Europa.
Entrada a Ceuta
Fueron 25 veces. “Las fronteras entre Argelia y Marruecos y entre Marruecos y España son, quizás, una de las peores del mundo. Yo nunca imaginé que podría entrar a España. A Europa. Siempre pensé que sería imposible para una persona como yo. Que vengo de África y no tengo ningún permiso”, expone. Antes de cruzar, el joven cuenta una odisea por la que pasan anualmente miles de compatriotas suyos.
Marruecos, según explica, es un país hostil para los negros, “racista”, lo dice claro. No hay trabajo y el que encuentran en el campo es bajo explotación y por apenas tres euros al día y sin alojamiento. “Vivimos en la calle. Lo mejor es ir en grupo porque sino te roban. Las noches son muy peligrosas”, argumenta. Esos día viviendo a la intemperie recuerda algunas conversaciones con su madre.
-¿Estás bien hijo? ¿Dónde estás viviendo? ¿Estás comiendo bien?
-Sí mamá. Estoy en una buena casa. Comiendo bien
Salah muestra una sonrisa nerviosa. Dormía en la calle. Comía cuando podía.
Cada vez que su intento de entrada a Ceuta era frustrado, las autoridades lo volvían a mandar de vuelta, prácticamente al desierto. Una y otra vez iniciaba el camino hacia el futuro. “Conseguí entrar dos veces, pero ambas me devolvieron a Marruecos. Les lloraba a las autoridades españolas. Quería el asilo. Quería quedarme”. Una y otra vez hasta que por fin consiguió entrar. Ya estaba en la ciudad autónoma. Era agosto de 2023.
Ahora vive en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), como muchos subsaharianos o argelinos que tuvieron un pasado reciente parecido. Su día a día es “aburrido”, “rutinario”, pero se siente por primera vez en mucho tiempo “seguro”. Salah ya sabe unas palabras de español. Está aprendiendo. Le interesa la cultura de España y sueña con ir a la península, donde piensa que encontrará oportunidades de trabajo.
El joven termina su historia. Tiene sueños. Desea convertirse en una persona exitosa. “Solo necesito que me den la oportunidad. Soy una persona normal”.