Alcalde Sánchez Prado: Últimas horas
COLABORACIÓN
Hoy 5 de septiembre, se cumplen 88 años, que fue asesinado el Alcalde, Diputado y médico de Ceuta, Antonio López Sánchez Prado. Tras realizar un pleno municipal, en la tarde del 17 de julio de 1936, desde su despacho de la alcaldía, ver como los militares, toman la plaza de África. Se despide de sus compañeros, que hay que ser fuertes para detener la sublevación.
Camina andando a su casa, frente a la Iglesia de los Remedios, y estar viendo los militares por las calles. En la puerta, cambia impresiones con los miembros de Unión Republicana Marcos Medina y Menahen Coriat (que también serian detenidos), vivían en el patio frente a ellos.
En la madrugada del 18 de julio, golpeado la puerta, fue sacado, tras despedirse de su mujer y de sus hijos, indicándoles que, “en unas horas, cuando todo se solucione, estaría de vuelta”, llevado primeramente a la comisaría de policía y posteriormente a la prisión de García Aldave.
El 12 de agosto de 1936, tras casi un mes detenido, comenzó el consejo de guerra, en el cuartel de. Una de las acusaciones en las que se basaron para su detención y posterior condena fue una supuesta carta que aporta el fiscal militar y que dice apareció en uno de los cajones de la Delegación del Gobierno, donde expone que un ciudadano anónimo acusaba al alcalde, de visitar el barrio del Sarchal.
Aunque la carta poco valor tuvo en el consejo de guerra, el alcalde Sánchez Prado, desde que lo detuvieron en la madrugada del golpe, de antemano estaba condenado a ser fusilado por su lucha a favor de los humildes y por su militancia en la izquierda republicana ceutí y en el Frente Popular del febrero de 1936.
Las acusaciones contra Sánchez Prado se centraron en sus actividades políticas y sus continuas visitas a la barriada del Sarchal, lugar considerado por los sublevados como centro de marxistas, cenetistas y libertarios. Otra de las vecinas de la barriada del Sarchal reseñada en el consejo de guerra junto a Prado fue la joven Carmen Campos, que pertenecía a las Juventudes de la CNT. Muchas mujeres, de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres, creado en abril de 1936.
De los procesados en este consejo de guerra era el amigo personal de Sánchez Prado, Juan Zaragoza, militante del Partido Comunista. Tras la sublevación tuvo tiempo de huir, y como otros muchos se ocultó por los montes de García Aldave, después pasó al Protectorado y cuando se encontraba cerca de Tánger fue apresado. En la madrugada del 21 de enero de 1937 fue ejecutado y su cuerpo apareció en el depósito de cadáveres junto a 30 más.
Sánchez Prado el estar detenido en la prisión de García Aldave no le tranquilizaba y las noches se le hacían demasiado largas. Era una oportunidad para que grupos de fascistas visitaran los centros de detención y sacaran a pasear a los presos, ejecutándolos en cualquier descampado con la excusa de que iban a ser trasladados a declarar.
El alcalde temía por su vida, aunque se hubiera iniciado ya su juicio. Esta era otra forma de represión, la psicológica, con el chirriar de las cancelas, el descorrer de los cerrojos de las celdas o los pasos de los ejecutores en plena madrugada, que hacía presagiar a los presos la inminencia de una saca y la posibilidad de que fuera el elegido.
En los tres meses que estuvo en la prisión de García Aldave tuvo la triste suerte de presenciar varias sacas. El mes de agosto fue el más trágico de toda la represión.
Los días siguen pasando, y cuanto más se demora el consejo de guerra es señal de que continúa con vida y con la esperanza de un cambio en la guerra. Cuando se cumple un mes de su detención es llamado al despacho del oficial de la prisión. El secretario del juzgado militar se traslada a la prisión con el fin de notificarle las causas de su detención y el posterior consejo de guerra. Son varios los cargos, pero se resumen fácilmente en dos: Esta acusación era la habitual en todos los detenidos.
Desde que el alcalde está detenido, su suerte está echada, y nada va a hacerles cambiar sobre el trágico final que le espera. Los procedimientos sumarísimos, que la legislación fijaba como fórmula ocasional, se convirtieron, sin embargo, en la única fórmula empleada por los tribunales para juzgar los supuestos delitos de los que no eran adictos al nuevo régimen.
Amparados en la más absoluta impunidad y parapetados tras la vía jurídica no dudaron en acusar y condenar de adhesión a la rebelión a los que precisamente habían defendido la legalidad constitucional. Daba igual que las acusaciones realizadas se refirieran a asesinatos, pertenencia a organizaciones políticas o sindicales.
El secretario concluye los cargos y le manifiesta que tiene tres días para presentar al auditor de Guerra la revocación de su procedimiento. También le advierte que puede designar un defensor entre varios nombres que le enumera. No podía elegir uno particular, estaba a cargo del abogado de turno que no conocía al alcalde y seguramente repasaría la acusación dos horas antes de celebrarse el consejo de guerra.
Hijo adoptivo de Ceuta
El 24 de diciembre de 1931 se le entregó durante un acto de homenaje el nombramiento de hijo adoptivo de la ciudad. Después de pasar 5 años, como adoptivo, fue juzgado militar, y no tener la posibilidad de un abogado de solvencia y civil. Fue designado un teniente. Con ello se transgredía otros axiomas jurídicos que confieren igualdad procesal a las dos partes, por lo cual, si el fiscal ha de ser con preferencia letrado, lo mismo debería requerirse del defensor, por lo que Sánchez Prado y todos aquellos que desde la sublevación eran juzgados carecían de las posibilidades de defensa mínimamente exigibles, siendo difícilmente imaginable que su defensor, al no ser jurista cualificado, conociera la ley lo suficientemente bien para darse cuenta de las infracciones procesales que se pudiesen cometer y, sobre todo, por su condición de militar, que osara denunciar, en su caso, tal lesión. Tras esta lectura es trasladado a su celda custodiado por dos legionarios. Muchos compañeros se interesan por los cargos que le han imputado, entre ellos Fidel Vélez, dueño de una tienda de comestibles en la barriada del Sarchal, que está en el mismo sumario. Pero esa noche los detenidos en García Aldave tienen una nueva visita de las patrullas y no hay quien duerma. Aquí no tuvo lugar ningún tipo de resistencia organizada frente a la sublevación, por lo tanto, estas ejecuciones masivas solo tuvieron una razón, la eliminación preventiva de aquellos que pudieran haberse constituido en un peligro si se les hubiera dado tiempo y, sobre todo, la implantación de un régimen de terror.
Últimas horas en el cuartel del Rey, en el Paseo de Colón
Cualquier atisbo de indulto quedó muy lejos y el 4 de septiembre se hizo firme la sentencia en un telegrama recibido desde la Junta de Defensa Nacional dando el visto bueno a las condenas. Una vez que son firmes las condenas, el Alcalde y sus compañeros son trasladados desde el recinto donde se ha celebrado el consejo de guerra al Cuartel del Rey, en el Paseo de Colón. Junto al alcalde en la celda estaban su secretario, De la Torre, y los vecinos de la barriada del Sarchal Ángel Guijo y Fidel Vélez.
El día 29 de agosto de 1936 el fiscal militar da por finalizadas las declaraciones y las consideraciones de cada procesado y sus condenas. El fiscal eleva los autos al plenario, procediéndose a las diligencias de la lectura de los cargos del alcalde y sus compañeros de juicio y fijándose la fecha.
Este informe constaba de siete folios, que serviría como base al consejo de guerra, que se celebrará en pocos días, ratificando y condenando a Sánchez Prado a dos penas de muerte.
El resto de los procesados, Cándido Herrera, Fidel Vélez, Pedro Espinosa, Mercedes Pérez, Ángel Guijo y Adolfo de la Torre, a la pena de muerte por el delito de sedición y a veinte años de reclusión, y a Salvador Pacheco y Carmen Campos a veinte años de reclusión temporal.
También en este informe para el consejo de guerra se declara que en atención al estado de salud del procesado Ángel Guijo puede proponer el indulto de la pena de muerte por el de reclusión perpetua. Los consejos de guerra eran habitualmente colectivos y también desgranaban colectivamente las penas de muerte, si venía al caso.
Al amanecer del 1 de septiembre Sánchez Prado junto a sus compañeros de prisión son sacados de la prisión de García Aldave y subidos a un camión. Tras descender por las interminables curvas se adentran en la ciudad. Todo está en silencio, tan solo el ir y venir de uniformes por las solitarias calles marcan el ritmo de una ciudad llena de desasosiegos y miedos.
El camión penetra en el patio del cuartel, con forma de cuadrilátero, como si fuera el último combate al que les tocaba enfrentarse, en ello les iba la vida. Desde primeras horas de la mañana está Sánchez Prado junto a los demás detenidos en la sala habilitada para la celebración de los consejos de guerra. En el estrado estaban los militares que iban a proceder a juzgarlos.
Las sentencias seguían el siguiente procedimiento. Partían de la Reunión del Consejo de Guerra Permanente, adscrito a la Auditoría del Ejército sublevado, que fallaba una causa por un procedimiento sumarísimo de urgencia. Dicho consejo estaba compuesto por un presidente, cinco vocales y un vocal ponente que dictaba sentencia enumerando a los condenados y sus penas.
La formación de esta sala estaba presidida por el coronel Emilio March, los vocales tenientes coroneles José Rojas Feigespán, Juan Reig Valerino, Alberto Lagarde Aramburu, Rafael del Valle Marín y José Tejero Ruiz, junto a los defensores.
Como vocal ponente el teniente auditor Federico Socasau. El Tribunal del Consejo de Guerra tiene el sumario que el fiscal instructor elaboró tras recabar los informes de las autoridades pertinentes. Una vez que Sánchez Prado y los otros acusados ocupan los banquillos colocados ante el estrado y después de tomar asiento el presidente, los vocales, el fiscal y el defensor se da lectura al apuntamiento por parte del relator y comienza el consejo de guerra.
La lectura se prolonga durante veinte minutos y en ella se da la relación de los nombres, seguido de las acusaciones. Cuando termina el relator se inicia el interrogatorio de los procesados, que, según fue norma en estos procedimientos, avanza deprisa. Con ninguno pierden demasiado tiempo.
A buen seguro que en la soledad de la prisión todavía aguardaban la esperanza de un posible indulto, pero no fue así, ya que las tropas sublevadas tenían como primer objetivo crear pánico y miedo entre la población civil con ejecuciones sumarísimas como las que se llevaron a cabo.
Memoria unida a los ceutíes
Cuando las manecillas del reloj apenas tenían consumidos los primeros minutos de la madrugada del 5 de septiembre, el juez militar, en compañía de su secretario y los defensores, se desplazó a los calabozos. Tras franquearse el cerrojo del calabozo les ordena se pusieran de pie y se procedió a dar lectura de la sentencia definitiva. Cuando comenzaba a despuntar el día, a las seis y treinta llegó el piquete que llevaría a cabo las ejecuciones, haciendo guardia en la puerta. Tras una larga y agónica madrugada, a las ocho y treinta los sacaron de los calabozos. Esposados son introducidos en dos camiones. Algunos civiles desde la acera y sobre todo desde la puerta del Patio Hachuel ven salir a Sánchez Prado, el médico que, tal vez, hace pocos meses les visitó por alguna enfermedad. También sus tres compañeros están esposados y custodiados por los soldados que en unos minutos llevarán a cabo las ejecuciones. Nadie se atreve a levantar la voz, el miedo les atenaza a todos. Tras recorrer los escasos tres kilómetros que los separan del lugar de las ejecuciones llegan a la zona conocida en la playa del Tarajal. A las nueve de la mañana el oficial dio la orden para la ejecución. A continuación, el capitán médico certificó las muertes y los cuatro cuerpos fueron recogidos por los soldados, que los introdujeron en una ambulancia de Sanidad Militar, partiendo hacia el cementerio de Santa Catalina y depositados en el depósito de cadáveres. Desde el mismo instante que acabaron con sus vidas comenzaba el símbolo de un hombre querido por el pueblo de Ceuta, su fusilamiento, su memoria continúa íntimamente unida a los ceutíes. Unos lo recuerdan como ese médico caritativo que ayudó a los humildes y otros como memoria histórica de esos 268 ceutíes que dieron su vida por un país en democracia y en libertad. De la trayectoria política del alcalde Sánchez Prado se puede destacar varias cosas: su formación, su carácter emprendedor, su firmeza ideológica, su tolerancia y su honestidad.
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